martes, 10 de mayo de 2011

SOMOS REGENERADOS POR LA FE, SOBRE EL ARREPENTIMIENTO

Extraído de "Institución de la Religión Cristiana"

1. Relación de este capítulo con los precedentes y los que siguen
Aunque ya hemos enseñado en parte de qué manera la fe posee a Cristo, y mediante ella
gozamos de sus bienes, sin embargo, quedaría oscuro si no añadiésemos la explicación de los
efectos y frutos que los fieles experimentan en sí mismos.
No sin razón se compendia el Evangelio en el arrepentimiento y la remisión de los pecados.
Por tanto, si dejamos a un lado estos dos puntos principales, todo cuanto se pueda tratar y
discutir sobre la fe; será muy frío y de poca importancia, y casi del todo inútil. Mas como quiera
que Jesucristo nos da ambas cosas; a saber, la vida nueva y la fe reconciliación gratuita, y que
ambas las obtenemos por la fe, la razón y el orden mismo de la exposición piden que
comencemos a decir algo de lo uno y lo otro en este lugar.
Pasaremos, pues, de la fe al arrepentimiento, porque, entendido bien este artículo, sé verá
mucho mejor cómo el hombre es justificado solamente por la fe y por pura misericordia, y cómo
a pesar de todo, la santificación de la vida no se puede separar de la imputación gratuita de la
justicia; es decir, que está perfectamente de acuerdo que no podamos estar sin buenas obras, y no
obstante seamos reputados por justos sin las buenas obras.
Que el arrepentimiento no solamente sigue inmediatamente a la fe, sino que también nace y
proviene de ella, es cosa indudable. Pues la remisión de los pecados nos es ofrecida por la
predicación del Evangelio, para que el pecador, libre de la tiranía de Satanás, del yugo del
pecado y de la miserable servidumbre de los vicios, pase al reino de Dios; por lo cual nadie
puede abrazar la gracia del Evangelio sin apartarse de sus errores y su mala vida, ni poner todo el
cuidado y diligencia en reformarse y enmendarse.
Los que piensan que el arrepentimiento precede a la fe y no, es producida por ella, como el
fruto por su árbol, éstos jamás han sabido en qué consiste su propiedad y naturaleza, y se apoyan
en un fundamento sin consistencia al pensar así.
2. El arrepentimiento es fruto de la fe
Jesucristo, dicen, y antes Juan Bautista, exhortaban al pueblo en sus sermones al
arrepentimiento, y sólo después anunciaba que el reino de Dios estaba cercano, (Mt. 3,2; 4, 17).
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Alegan además que este mismo encargo fue dado a los apóstoles, y que san Pablo, según lo
refiere san Lucas, siguió también, este orden (Hch. 20, 21).
Más ellos se detienen en las palabras como suenan a primera vista, y no consideran el sentido
de las mismas, y la relación que existe entre ellas. Porque cuando el Señor y Juan Bautista
exhortan al pueblo diciendo: "Arrepentíos, porque el reino de Dios está cerca", ¿no deducen ellos
la razón del arrepentimiento de la misma gracia y de la promesa de salvación? Con estas
palabras, pues, es como si dijeran: Como quiera que el reino de Dios se acerca, debéis
arrepentiros. Y el mismo san Mateo, después de referir la predicación de Juan Bautista, dice que
con ello se cumplió la profecía de Isaías sobre la Voz que clama en el desierto: "Preparad camino
a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios" (Isa. 40, 3). Ahora, bien, en las
palabras del profeta se manda que esta voz comience por consolación y alegres nuevas.
Sin embargo, al afirmar nosotros que el origen del arrepentimiento procede de la fe, no nos
imaginamos ningún espacio de tiempo en el que se engendre. Nuestro intento es mostrar que el
hombre no puede arrepentirse de veras, sin que reconozca que esto es de Díos. Pero nadie puede
convencerse de que es de Dios, si antes no reconoce su gracia. Pero todo esto se mostrará más
claramente en el curso de la exposición.
Es posible que algunos se hayan engañado porque muchos son dominados con terror de la
conciencia, o inducidos a obedecer a Dios antes de que hayan conocido la gracia, e incluso antes
de haberla gustado. Ciertamente se trata de un temor de principiantes, que algunos cuentan entre
las virtudes, porque ven que se parece y acerca mucho a la verdadera y plena obediencia. Pero
aquel no se trata de las distintas maneras de atraernos Cristo a sí y de prepararnos para el
ejercicio de la piedad; solamente afirmo que no es posible encontrar rectitud alguna, donde no
reina el Espíritu que Cristo ha recibido para comunicarlo a sus miembros. Afirmo además, que,
conforme a lo que se dice en el salmo: "En ti hay perdón para que seas reverenciado" (Sal.
130,3), ninguno temerá con reverencia a Dios, sino el que confiare que le es propicio y
favorable; ninguno voluntariamente se dispondrá a la observancia de la Ley, sino el que esté
convencido de que sus servicios le son agradables.
Esta facilidad de Dios de perdonarnos y sufrir nuestras faltas es una señal de su favor paterno.
Así lo muestra ya la exhortación de Oseas: "Volvamos a Jehová; porque él arrebató y nos curará;
hirió, y nos vengará" (Os. 6, 1), porque la esperanza de obtener perdón se añade como un
estímulo a los pecadores para que no se enreden en sus pecados.
Por lo demás, está fuera de toda razón el desvarío de los que para comenzar por el
arrepentimiento prescriben ciertos días a sus novicios en los que han de ejercitarse en él, pasados
los cuales los admiten en la comunión de la gracia del Evangelio. Me refiero con esto a muchos
anabaptistas, sobre todo a los que se glorían sobremanera de ser tenidos por espirituales, y a otra
gentuza semejante, como los jesuitas y demás sectas parecidas. Tales son, sin duda, los frutos de
aquel espíritu de frenesí, que ordena unos pocos días de arrepentimiento, cuando debe ser
continuado por el cristiano todos los días de su vida.
3. Antigua definición del arrepentimiento
Algunos doctos, mucho tiempo antes de ahora, queriendo exponer sencilla y llanamente el
arrepentimiento de acuerdo con la Escritura, afirmaron que consistía en dos partes; a saber, la
mortificación y la vivificación. Por mortificación entienden un dolor y terror del corazón
concebido por el conocimiento del pecado y el sentimiento del juicio de Dios. Porque cuando el
hombre llega a conocer verdaderamente su pecado, entonces comienza de verdad a aborrecerlo y
detestarlo; entonces siente descontento de sí mismo; se confiesa miserable y perdido y desea ser otro distinto. Además, cuando se siente tocado del sentimiento del juicio de Dios -- porque lo
uno sigue inmediatamente a lo otro -- entonces humillado, espantado y abatido, tiembla,
desfallece y pierde toda esperanza. Tal es la primera parte del arrepentimiento, comúnmente
llamada contrición.
La vivificación la interpretan como una consolación que nace de la fe cuando el hombre
humillado por la conciencia y el sentimiento de su pecado, y movido por el temor de Dios,
contempla luego su bondad, su misericordia, gracia y salvación que le ofrece en Jesucristo, y se
levanta, respira, cobra ánimo, y siente como que vuelve de la muerte a la vida.
Ciertamente que estas dos palabras, siempre que sean expuestas convenientemente, manifiestan
bastante bien lo que es el arrepentimiento. Pero no estoy de acuerdo con ellos, cuando interpretan
la "vivificación" como una alegría que el alma recibe cuando se aquieta y tranquiliza su
conciencia.


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